Gabriel Anello cargó contra Riquelme con insultos racistas y clasistas. En un discurso cargado de odio, el aliado de Milei denigró a pobres, negros y verduleros.
Hay discursos que no pueden pasar desapercibidos. No por escandalosos, sino por peligrosos. El que ofreció esta vez Gabriel Anello —periodista de Radio Mitre, habitual interlocutor del presidente Javier Milei, a quien considera su confidente y vocero de cabecera— es un verdadero manifiesto de odio racial, clasismo feroz y provocación violenta.
Un discurso que, emitido en uno de los medios más escuchados del país, debe ser denunciado, expuesto y repudiado con la máxima gravedad. Porque lo que dijo Anello no es una opinión: es un retroceso civilizatorio.
Lo hizo desde su cómodo micrófono, en pleno prime time radial, y lo hizo con una violencia verbal que deja en shock incluso al oyente más curtido.
Esta vez, su blanco fue Juan Román Riquelme, presidente de Boca Juniors, a quien llamó: “negro ignorante… burro… verdulero”. Pero no se trata sólo de un ataque personal: el periodista despreció en bloque a los pobres, a los trabajadores, a los que no tienen estudios, a los que no nacieron en cuna de oro ni en círculos exclusivos.
Dijo Anello, y lo cito textualmente:
Los negros se los llama negros, a los marrones se los llama marrones y a los ignorantes se los llama ignorantes. Todo eso es un cúmulo de Riquelme.”
A confesión de parte, relevo de pruebas. No sólo exhibe desprecio, sino que se burla y niega abiertamente las políticas de inclusión y protección contra la discriminación:
“Muchachos, ya terminamos este curro del Inadi y esta pelotudez.”
¿Curro? ¿“Pelotudez”? ¿Así se refiere un periodista con llegada directa al Presidente de la Nación a los organismos que luchaban por los derechos humanos, contra el racismo y la discriminación? El discurso de Anello encierra una negación de la ley, una burla a las conquistas sociales y una exaltación de la violencia. Porque no sólo denigró, también amenazó:
“Riquelme, mancilla 2668, a las trompadas en la puerta. No esto de te mando un abogado… mandame los abogados que vos quieras.”
Es importante contextualizar: Anello no es un marginal ni un provocador de redes. Es alguien que tiene línea directa con el presidente Javier Milei. No es casualidad que sea su periodista favorito, su confesor radial, su amplificador constante. Lo elige porque piensa igual. Porque ambos se creen impunes, superiores, dueños de la verdad. Y porque saben que, en este contexto de violencia institucionalizada, estos discursos rinden. Porque fomentan el odio.
Pero la responsabilidad es mayor. Porque desde hace tiempo los discursos de odio están dejando de ser patrimonio de grupúsculos extremos para convertirse en norma en la Argentina oficial. Y esto no sólo fractura el tejido social: lo dinamita.
Si seguimos naturalizando que se puede llamar “negro de mierda” a alguien por tener otro origen, otra clase, otra cultura, estamos más cerca de la barbarie que de la república. Del lado del fascismo y no de la democracia.
No es exagerado decirlo: si no se pone un freno, si no se genera una reacción social, legal, ética y periodística contra estos exabruptos, la Argentina se dirige hacia una desintegración profunda, tal vez irreversible.
Y quizás un día, cuando la bronca que hoy se cocina en silencio estalle, ya sea tarde para evitar lo peor. Porque los pueblos no son infinitamente pacientes, y cuando el desprecio baja desde el poder, la respuesta —más temprano que tarde— sube desde el subsuelo.
Gabriel Anello no sólo insultó a Riquelme. Insultó a los trabajadores. A los humildes. A los negros, a los marrones, a los verduleros. A los que él llama “burros”, pero que son, en verdad, el alma de este país.
¿Hasta cuándo vamos a callar? ¿Hasta que la sangre llegue al río? ¿Hasta que ese odio que se lanza con total impunidad desde un micrófono se transforme en violencia física, en muerte, en tragedia?
Esto no es un problema de Boca ni de Riquelme. Esto es un problema de todos. Porque si se naturaliza el racismo, la aporofobia y la violencia en boca de los comunicadores afines al poder, entonces se está escribiendo el prólogo de una pesadilla social. Y el periodismo, el verdadero, no puede —no debe— ser cómplice de ese final.
Redacción: Informe Norte / www.informenorte.com.ar